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Nunca me han gustado los nacionalismos, las fronteras ni las divisiones. Siento que el hombre es hombre antes que chileno, sudafricano o aymará. Soy hijo de la dictadura y la globalización simultáneamente, y no me preocupa admitir mi repudio contra las fuerzas armadas, todas, pues las responsabilizo de la conformación y la mantención del actual statu quo.
Dicho esto, la evidente crisis en torno al patrimonio cultural local me parece –por lo bajo- preocupante. Se trata de algo que comienza en las salas de clases, en la casa con la familia y los amigos, y que pasa por tantas otras aristas en la cadena de producción, difusión y distribución de ésta, sobre todo si hablamos de arte; hoy hablo otra vez de la música.
Mucho se ha dicho respecto de la ley del 20%, proyecto rechazado por nuestros políticos, apoyado por los obreros de la música (llamados también músicos), y satanizado por grupos de interés que se sienten perjudicados sin decirlo. Como toda ley, los artistas, al verse afectados, han comprendido poco a poco que se trata de una iniciativa política, por lo que los pasos a seguir para conseguir su instalación en nuestro sistema tendrán que ser políticos también, es decir, con un fundamento basado en la organización; algo que hoy no existe. Algo que muchos le atribuyen a SCD, una entidad recaudadora de dinero con un banco de datos de artistas que no tiene por qué velar por iniciativas como la mencionada.
Se podría decir que la música está experimentando su propio “despertar”, tal como sucedió con la indignación ciudadana que estalló con ciertas iniciativas anti-ecológicas, cortoplacistas y lucrativas para unos pocos: marchas multitudinarias, violencia, opinión pública, morbo y raiting. La sociedad chilena, y en especial las nuevas generaciones, no están nada agradadas con esta sociedad que se viene construyendo desde el 73 y el 80.
Dicho esto, la evidente crisis en torno al patrimonio cultural local me parece –por lo bajo- preocupante. Se trata de algo que comienza en las salas de clases, en la casa con la familia y los amigos, y que pasa por tantas otras aristas en la cadena de producción, difusión y distribución de ésta, sobre todo si hablamos de arte; hoy hablo otra vez de la música.
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Se podría decir que la música está experimentando su propio “despertar”, tal como sucedió con la indignación ciudadana que estalló con ciertas iniciativas anti-ecológicas, cortoplacistas y lucrativas para unos pocos: marchas multitudinarias, violencia, opinión pública, morbo y raiting. La sociedad chilena, y en especial las nuevas generaciones, no están nada agradadas con esta sociedad que se viene construyendo desde el 73 y el 80.
Lo cierto es que la industria musical nacional dejó de existir hace muchos años con la crisis discográfica por la aparición de internet y el acceso a la tecnología. Hoy por hoy, lo que se hace llamar “industria musical” en nuestro país, no es más que una gestión independiente de músicos y artistas que se entremezclan con profesionales (y no tanto) del área. El resultado? Los músicos nacionales, todos, se encuentran hoy en el mismo nivel, o como se diría, “en la misma”, sin el amparo de grandes sellos como antes. Desde los consagrados hasta los más nuevos.
No es por casualidad que los medios y los eventos masivos consideren casi exclusivamente a artistas de los 90’s o antes para ganar dividendos o simplemente subsistir. ¿Todo el resto? No vende y punto, desde la perspectiva de la “sandía calada”, del producto probado: una suerte de máxima en la sociedad de consumo nacional; una mala puesta en práctica de lo que alguna vez fue un espíritu de innovación.
Estamos estancados en una máquina que ha dejado de producir cosas nuevas, y eso no es algo que afecte solamente a la música. La innovación es un riesgo (o gasto) que ya no se hace formalmente, pues se transformó en una iniciativa del independiente que, sólo triunfando, comienza a ser utilizado por el aparataje, pero a otra escala. Por dar un ejemplo, bandas como Astro o cantautores populares, si bien han conseguido un posicionamiento en el consumo masivo, no son posibles de comparar en difusión con, por ejemplo, Javiera Parra o Los Tres, músicos de la oleada de sellos multinacionales en los 90. U otros como Fran Valenzuela, que han tenido la posibilidad de hacer una inversión económica (otra vez “independiente”) que les haga el peso a los monstruos que bombardean los medios 24/7.
Otro punto que quiero destacar, es el espléndido trabajo que ha hecho Hollywood y los sellos multinacionales para colonizar su forma; me refiero a su estética, a su nivel de producción, a su concepto de “producto competitivo”. Ya sea en youtube, en la radio o en una tocata, si no se está al nivel de los “grandes”, pues resulta muy difícil conseguir atención y gustar, aunque suene arbitrario. Y aquí me quiero detener…
Muchos hablan orgullosos con una bandera y un escudo en la frente sobre la música chilena y la importancia que hay en la producción de patrimonio cultural. Y tienen razón. Muchos, indignados, hablan de lo necesario que es que las parrillas se nutran de material nacional. Y también tienen razón.
Pero la música es música venga de donde venga. No es necesario decir que aquí hay cosas buenas, ya que en todos lados las hay, y negarlo sería negarse la propia existencia de “algo bueno”. Países como Holanda o Suecia han convertido su música en un producto de exportación importante a costa de música en inglés (idioma no natal), y un fomento de todas las partes y procesos de su industria. Con orgullo los suecos saben perfectamente lo que es el “death metal”, trascendiendo generaciones y gustos. La música es una necesidad, el arte lo es, pero pareciera que eso no se entiende aquí.
La especialización es cada día mayor (a través de institutos, universidades, un acceso a materiales con costos más bajos que antes y a conocimiento gratuito de primer nivel gracias a internet, por ejemplo), y con ello, muchos han podido dar vida a un flujo de música, cine, y tantas otras artes, de calidad, o en otras palabras, “competitivas”. Hoy, el artista debe someterse al juicio global, sobre todo en Chile, un país “avanzado” en tecnología desde hace mucho tiempo. Y no queda de otra tampoco, porque no existen mecanismos que fomenten el trabajo de excelencia a nivel país. Ni en los colegios, que cada día disminuyen relevancia a ramos creativos y artísticos. Solo queda juntar plata, y armar un emprendimiento como cualquier otro, con la dificultad de poder optar solamente a ciertos financiamientos asociados a “arte” que adjudican proyectos bajo los mismos criterios de mercado. He ahí el círculo vicioso.
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No es por casualidad que los medios y los eventos masivos consideren casi exclusivamente a artistas de los 90’s o antes para ganar dividendos o simplemente subsistir. ¿Todo el resto? No vende y punto, desde la perspectiva de la “sandía calada”, del producto probado: una suerte de máxima en la sociedad de consumo nacional; una mala puesta en práctica de lo que alguna vez fue un espíritu de innovación.
Estamos estancados en una máquina que ha dejado de producir cosas nuevas, y eso no es algo que afecte solamente a la música. La innovación es un riesgo (o gasto) que ya no se hace formalmente, pues se transformó en una iniciativa del independiente que, sólo triunfando, comienza a ser utilizado por el aparataje, pero a otra escala. Por dar un ejemplo, bandas como Astro o cantautores populares, si bien han conseguido un posicionamiento en el consumo masivo, no son posibles de comparar en difusión con, por ejemplo, Javiera Parra o Los Tres, músicos de la oleada de sellos multinacionales en los 90. U otros como Fran Valenzuela, que han tenido la posibilidad de hacer una inversión económica (otra vez “independiente”) que les haga el peso a los monstruos que bombardean los medios 24/7.
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| Die Atwoord: Sudáfrica |
Muchos hablan orgullosos con una bandera y un escudo en la frente sobre la música chilena y la importancia que hay en la producción de patrimonio cultural. Y tienen razón. Muchos, indignados, hablan de lo necesario que es que las parrillas se nutran de material nacional. Y también tienen razón.
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| DJ 3DO: Chile |
El producto nacional aquí ya no genera entusiasmo, tal vez por una cuestión de costumbre mediática del tipo “consumo lo que me entregan y ya” (sumado al monopolio mediático de los sellos multinacionales), o de “endoculturación” con predominancia europea-estadounidense impuesta. Yo diría que también por el estándar de “producto competitivo” que la gente conoce inconscientemente, y que consume hace décadas, y que es muy difícil de equiparar a un nivel independiente, con recursos limitados.
Una creciente oleada de proyectos musicales y audiovisuales sale a la luz cada día en Chile, muchos con estándares de excelencia, muchos otros no. Sin embargo, si no es posible hacer un ejercicio de valorización, es poco probable que esto llegue a buen puerto. Me explico:
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| PSY: Corea |
No nos queda más que esperar que el corazón no se rinda y que sean muchos más los que se atrevan a competir en la jungla global, con su propia propuesta, confiando que trascenderán fronteras (regionales o internacionales), para poder pararse de igual a igual con cualquier otro.
Solo así, el propio chileno dará PLAY, dará un fucking “ME GUSTA”, y comenzará a correr la voz de su descubrimiento… con diversidad, con calidad. Hoy por hoy dependemos de nosotros mismos, y ningún discurso hará que a los chilenos (ni a nadie) les guste algo que no les gusta, o disfruten algo que no esté al nivel de los estándares que nos ha impuesto el mercado desde hace años (en todo nivel, y no me refiero solo a la música nacional). Por dar un ejemplo local: el nivel del pop rock en Chile es excelente, sin embargo, a no todos les gusta el pop rock…
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| Los Tetas: otro ejemplo de música de los 90, utilizada en la actualidad para rellenar programación "sandía calada" |
Solo así, el propio chileno dará PLAY, dará un fucking “ME GUSTA”, y comenzará a correr la voz de su descubrimiento… con diversidad, con calidad. Hoy por hoy dependemos de nosotros mismos, y ningún discurso hará que a los chilenos (ni a nadie) les guste algo que no les gusta, o disfruten algo que no esté al nivel de los estándares que nos ha impuesto el mercado desde hace años (en todo nivel, y no me refiero solo a la música nacional). Por dar un ejemplo local: el nivel del pop rock en Chile es excelente, sin embargo, a no todos les gusta el pop rock…
Todo esto desata una sola conclusión: si te gusta un proyecto nacional, compártelo, recomiéndalo, difúndelo, así mismo como te cortas las venas con Eddie Vedder, o te obsesionas con la onda de Daft Punk. No porque “es necesario”, no porque “en Chile hay cosas tan buenas como afuera”… sino, porque te nace y LO SIENTES. Nada más. Solo con ese gesto estarás aportando a que los engranajes abandonados avancen a donde queremos, a una sociedad consciente de su patrimonio, organizada y con un 20, 30, o 40% de su música en las radios.






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